Un día lleno de posibilidades

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No recuerdo el momento en que descubrí Calvin y Hobbes, pero sí la imagen que acompaña a aquel descubrimiento: en una noche oscura, plagada de estrellas, Calvin clamaba al universo: “¡Soy importante!” Para inmediata y pascalianamente añadir: “gritó la mota de polvo…”

No sé si fue la simplicidad de aquella escena o la candidez del personaje; el caso es que esa tira me persiguió incansablemente hasta que un día me crucé con The complete Calvin and Hobbes.

Calvin y Hobbes fue, como algunas otras grandes obras, fruto de la casualidad. Durante años, el dibujante Bill Watterson envió, sin éxito, sus propuestas a varias editoriales; todas lo rechazaron, pero, “eventualmente, una organización periodística mostró interés en mi trabajo. No les gustó la tira que había hecho, pero les gustó uno de los personajes secundarios –un niño con un tigre de peluche imaginario”.

Aunque esta organización terminó también por rechazarlo, Watterson continuó desarrollando a estos personajes; finalmente, la Universal Press Syndicate accedió a publicarlo y, en noviembre de 1985, Calvin y Hobbes apareció en 35 periódicos.

En un principio, Calvin parecía ser poco menos que un niño ordinario: imaginativo, curioso, inteligente; Hobbes, en cambio, era el amigo sensato, racional, en ocasiones sarcástico, que irónicamente lo devolvía a la realidad. Pero, a medida que la tira iba evolucionando, el mundo interior de Calvin se hacía cada vez más complejo.

Ahora ya no solo debía combatir a los monstruos que habitaban bajo su cama, sino viajar a otros planetas, explorar otros mundos, combatir a otros monstruos –a su profesora, a sus padres o al director de la escuela–. Calvin, entonces, ya no era Calvin: era, a la vez, o sobre todo, el “Capitán Spiff”, “Estupendo Man”, “Bala Rastreadora”, “el Insecto Humano”, “la Mosca”, “el Poderoso Gigante”, entre otros.

A diferencia de, digamos, Peanuts, en donde cada personaje juega un papel crucial en el universo de la tira cómica, en Calvin y Hobbes todos los personajes secundarios (los padres de Calvin, Susie Derkins, Rosalyn, Moe, etcétera) sirven como contrapunto a la insólita percepción que tiene Calvin del mundo.

Mientras Susie es el modelo de la niña aplicada, él es el irresponsable que improvisa sus tareas en el último minuto; mientras sus padres viven una edad adulta tediosa y rutinaria, él insiste en habitar sus frenéticas fantasías; mientras Moe lo amenaza con la fuerza física, él lo derrota con la agudeza y el ingenio.

Para Calvin, la vida no es únicamente un juego: todo lo que vive es real, y aun cabría añadir: más real que lo real. En su imaginación, todo es más vívido, más luminoso, más emocionante.

En pocas palabras: Calvin es un verdadero ejemplo del niño que vive con intensidad su niñez y, más allá de eso, del ser humano que quiere vivir su vida con una plenitud que en el fondo sabe inalcanzable: “¡Entre ahora y la hora de dormir debo extraer de cada minuto toda la diversión posible! No quiero desperdiciar ni un segundo de libertad. Cada momento debería ser capaz de decir: ‘¡estoy viviendo la vida al máximo!’”

Luego de diez años de dibujar Calvin y Hobbes, Watterson decidió darlo por concluido y dedicarse a otros proyectos. Su última tira (aparecida el 31 de diciembre de 1995), contrario a lo que podría pensarse de un final, es un franco mensaje de vitalidad y optimismo: “¡Año nuevo, vida nueva! ¡Es como tener una enorme hoja de papel en blanco para dibujar! Un día lleno de posibilidades. […] Es un mundo mágico, Hobbes, viejo amigo… ¡Vamos a explorarlo!” Desde ese día, en la imaginación de sus lectores, un niño de seis años sigue reinventando el mundo con su tigre de peluche. via Liliana Muñoz

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