Hancock (2008)

En la narrativa clásica de todo superhéroe, sea en las historietas originales o en sus versiones fílmicas, no falta el momento en el que el prócer quiere tirar la toalla por hastío y, en lugar de ser Supermán, quiere ser Clark Kent. Pero, ¿qué sucede cuando el héroe no sólo no desea serlo sino que, además, parece aborrecer al género humano al que debe proteger?

El invulnerable y volador John Hancock (Will Smith, intachable, como de costumbre) vive y duerme en las calles de Los Ángeles, no se baña ni los sábados, toma whisky en cantidades súper-poderosas y siempre está de mal humor.

Por supuesto, hace su trabajo de superhéroe capturando malandrines y salvándole la vida a ciudadanos comunes, pero en el camino destruye puentes, arruina el pavimento, acaba con edificios enteros… Hace su chamba de superhéroe por inercia, pues queda claro que los seres humanos no le podrían interesar menos.

Todo esto cambia cuando Hancock se topa con Ray Embrey (Jason Bateman), un modesto publirrelacionista que toma como misión personal cambiar la imagen del sempiterno héroe gruñón: tiene que cumplir con la ley, iniciar su rehabilitación alcohólica, sonreír a la cámara, hablarle comedidamente a los policías, enfundarse en un traje entallado de látex y destruir la ciudad lo menos posible. Para el nihilista Hancock, esto resultará el reto más difícil de su súper-vida.

La parodia súper-heroica escrita por Vincent Ngo y Vince Gilligan se sostiene muy bien en la primera parte del filme. Smith, hay que recordarlo, además de ser una genuina estrella cinematográfica, es un gran actor: su lenta transición de misántropo héroe a empático miembro de la comunidad está llena de momentos humorísticos y sentimentales. Hay un auténtico pathos en la modulada interpretación de Smith, que resulta ser lo mejor del filme.

El problema es que, tratándose de una película veraniega más, los muchos efectos especiales terminan dominando buena parte del escenario.

De esta manera, todo intento de sutileza argumental queda sepultado detrás del apantalle digital de rigor.

Tampoco el giro en el que Hancock descubre que no es el único súper-héroe sobre la tierra me convenció mucho: la cinta toma otra dirección, se aleja de la ligereza paródica inicial y termina siendo, pecado mayor, más confusa que compleja. FUENTE: Ernesto Diezmartínez