Elio (2025)

Hay historias que no solo se ven, se sienten. Elio no es una película más: es una llamada del cosmos al corazón de un niño, y, sin darnos cuenta, a los corazones invisibles dentro de nosotros.

El viaje nace de un anhelo profundo: pertenecer. Elio Solis, un niño de 11 años raro para algunos, solitario, pero extraordinario. Quien crece marcado por la pérdida de sus padres y vive con su tía Olga, en una base militar, aislado por obvias razones. Lo único que desea: un contacto con lo imposible; que el universo se fije en él y lo reconozca.

Un día, su fantasía se hace realidad: ¡lo abducen! Pero no es un secuestro cruel, sino una invitación. En el vasto ‘Communiverse’, lo confunden con el delegado supremo de la Tierra, el embajador humano ante la galaxia.

Entonces, comienza su prueba: conectar, comprender y mostrarle a extraños (más extraños que él) que su voz sí importa.

Detrás de la película hay magia y técnica. Tres directores la firman con experiencia en Coco, Turning Red y Burrow, quienes buscaron honrar un relato profundo sin renunciar al asombro visual.

El enfoque visual vibra con la esencia del Spielberg de E.T. o Encuentros Cercanos, mezclado con la contemporaneidad de Pixar: sombras sutiles, luz contagiosa, imágenes que te iluminan los ojos y te invitan a creer.

Elio es un niño que se siente extraño… y precisamente esa rareza lo convierte en puente entre mundos. Un buscador de conexiones, un bastón para otros solitarios. Su amistad inesperada con Glordon, un extraterrestre sensible y sorprendente, no es mera comedia: es un acto de amor incipiente, de comprensión inesperada.

Pixar no escatimó con los colores, ni los referentes visuales. El Communiverse parece un documental onírico: especies de formas imposibles, criaturas que difícilmente podrías imaginar.

La iluminación comparte algo más: muchos miembros del equipo son hijos de migrantes, primera generación; la sensación de no encajar, de hablar dos idiomas, también impregna cada rincón de este universo.

En la música, por primera vez, Pixar le confía una partitura a Rob Simonsen —conocido en el cine dramático— y eso se nota. La música articula cada mundo: agitadas ondas espaciales; tintes de piano nostálgico terrícola; momentos disco‑ cósmicos que suben el ánimo.

Esa fusión sonora —ritmo, melancolía, sorpresa— acompaña el vuelo emocional de Elio, desde el vacío hasta la confianza.

Elio es visualmente impresionante y emocionalmente sensible. Sin embargo, sufre de un defecto: intenta contar tantas cosas que a veces se dispersa.

No obstante, los personajes florecen: Elio es genuino, Glordon enternecedor, Olga humana en sus miedos. Pero algunos hilos —la amenaza intergaláctica, los embajadores, la diplomacia— quedan en esbozo, como si el equipo hubiera decidido contarnos otra cosa.

Elio tiene momentos hermosos, cómicos y conmovedores. Quizás no es la obra maestra que rompe esquemas, pero sí una experiencia necesaria para quienes alguna vez se sintieron solos y distintos.

¿Por qué vale la pena verla?

• Porque cuando sueñas raro, hablas con el universo. Elio representa a quienes se esconden en su imaginación, esperando ser vistos.
• Porque no tienes que encajar para pertenecer. Su historia demuestra que lo diferente también puede ser puente.
• Por la belleza visual. Cada fotograma está pensado para sorprenderte y sostenerte.
• Por la emoción sincera. Es una oportunidad para redescubrir lo que sientes sin filtro.
• Porque el cine familiar también puede abrazar la soledad como tema.
• Porque apoya a la originalidad. Necesitamos historias nuevas, aunque no siempre lleguen perfectas.

Elio no promete cambiar Pixar para siempre, pero sí promete encontrarte. Encontrarte en tus sueños, tus miedos, en esa soledad que has querido disfrazar. Su estreno puede parecer una pequeña voz en medio del estruendo veraniego, pero a veces basta una sola voz para reconocer que no estás solo.