Cuando te vuelves invisible

Shaoran
6 Min Lectura

Ya no sé en que fecha estamos. En casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos están hechos una maraña. Me acuerdo de aquellos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador. Ya no hay nada de eso. Todas las cosas antiguas se han ido desapareciendo. Y yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.

Primero me cambiaron de alcoba, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aùn, acompañada de mis biznietos. Ahora ocupo el desván, el que està en el patio de atrás. Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidò, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.

Desde hace mucho tiempo tenìa intención de escribir, pero me pasaba semanas buscando un lápiz. Y cuando al fin lo encontraba, yo mismo volvía a olvidar donde lo había puesto. A mis años las cosas se pierden fácilmente: claro, no es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque estoy seguro de tenerlas, pero siempre se desaparecen.

La otra tarde caí en cuenta que mi voz también ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos no me contestan. Todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atento lo que dicen. A veces intervengo en la conversación, seguro de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno, y de que les va a servir de mucho mis consejos.

Pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces lleno, de tristeza me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar mi taza de café. Lo hago asi, de pronto, para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan perdón pero… nadie viene.

El otro día les dije que cuando me muera entonces sí me iban a extrañar. Mi nieto mas pequeño dijo “¿Y … estás vivo abuelo? “. Les cayó tan en gracia, que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entrò uno de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me diò.

Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible, me paro en medio de la sala para ver si, aunque sea, puedo ser un estorbo o que me miren, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme, los niños corren a mi alrededor, de uno a otro lado, sin tropezarse conmigo.

Cuando mi yerno se enfermó, pensé tener la oportunidad de serle útil, le lleve un té especial que yo mismo preparè. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara, solo que estaba viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té poco a poco se fue enfriando……y mi corazón con él.

Un día se alborotaron los niños, y vinieron a decirme que al día siguiente nos iríamos todos al campo. Me puse muy contento. ¡Hacia tanto tiempo que no salía y menos al campo!. El sábado fui el primero en levantarme.

Quise arreglar las cosas con calma. Los viejos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, asi que me tomé mi tiempo para no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban las bolsas y juguetes al auto.

Yo ya estaba listo y muy alegre, me paré en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en bullicio, comprendí que yo no estaba invitado, tal vez porque no cabía en el auto. O porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque. Sentí clarito como mi corazón se encogía, la barbilla me temblaba como cuando uno se aguanta las ganas de llorar.

Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Y yo… ya no sé del sabor de los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme que me daba tenerlos en mis brazos, como si fueran míos.

Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar.

Pero un día mi nieta, que acababa de tener un bebé dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud. Desde entonces ya no me acerqué más a ellos, no fuera que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos!

Yo los bendigo a todos y los perdono porque, despuès de todo,
¿Qué culpa tiene los pobres de que yo me haya vuelto invisible?….

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