El Espíritu de Santa

sakura
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Me repantigué en el asiento del acompañante de nuestro viejo Pontiac, porque era la forma en que uno “debía” sentarse cuando está en cuarto grado. Papá iba al centro a hacer compras y yo lo acompañaba. Al menos eso es lo que le había dicho; en realidad tenía que hacerle una pregunta importante que me daba vueltas en la cabeza desde hacía unas dos semanas y era la primera vez que me las ingeniaba para estar con él, sin tener que aclararle el motivo.

– Papá… -empecé. Y no seguí.

– ¿Sí?

– Algunos chicos del colegio andan diciendo algo y yo sé que no es verdad.

Sentía que el labio inferior me temblaba, del esfuerzo que hacía para contener las lágrimas que, amenazantes, se agolpaban en el rincón interno de mi ojo derecho -siempre era el que quería llorar primero-.

– ¿Qué pasa, Punkin? – Cuando me llamaba así, sabía que estaba de buen humor.

– Los chicos dicen que Santa Claus no existe. – Plic. Se me escapó una lágrima. – Dicen que soy una tonta por creer todavía en Santa Claus… que es sólo para los niños pequeños -. Mi ojo izquierdo empezó con una lágrima en el conducto interno. – Pero yo creo lo que me dijiste tú: Que Santa Claus es real. Es así, ¿no papá?…

Hasta ese momento íbamos por la Avenida Newell, que en aquella época era una calle de doble mano bordeada de robles. Ante mi pregunta, papá miró mi cara y la posición de mi cuerpo. Torció hacia un costado y estacionó el auto. Apagó el motor y se acercó a mí, su hijita todavía pequeña acurrucada en el rincón.

– Los chicos del colegio se equivocan, Patty. Santa Claus existe de VERDAD.

– ¡Estaba segura! -suspiré aliviada.

– Pero tengo que decirte algo más sobre Santa Claus. Creo que tienes edad suficiente para entender lo que voy a contarte. ¿Estás lista?…

Papá tenía un brillo cálido en los ojos y una expresión dulce en la cara. Sabía que tenía algo importante que decirme y estaba lista porque confiaba plenamente en él. Nunca me mentía.

– Había una vez un hombre de carne y hueso que viajaba por el mundo y hacía regalos a los chicos que los merecían, en todos los lugares a los que iba. Lo encontrarás en muchos países con distintos nombres, pero lo que él tenía en el corazón era lo mismo en todos los idiomas. En Estados Unidos, lo llamamos Santa Claus. Es el espíritu del amor incondicional y el deseo de compartir ese amor haciendo regalos desde el corazón. Cuando llegamos a cierta edad, descubrimos que el Santa Claus real no es el tipo que baja por la chimenea en Nochebuena.

La verdadera vida y el verdadero espíritu de este duende mágico vive para siempre en tu corazón, en mi corazón, en el corazón de mamá y en el corazón y la mente de todos los que creen en la alegría que causa el dar a los demás. El verdadero espíritu de Santa Claus pasa a ser más lo que das que lo que recibes. Una vez que lo entendemos y se vuelve parte de nosotros, la Navidad se vuelve más linda y más mágica, porque nos damos cuenta de que la magia viene de nosotros cuando Santa Claus vive en nuestros corazones. ¿Entiendes lo que trato de decirte?

Yo miraba por la ventanilla delantera totalmente concentrada en un árbol que había enfrente. Tenía miedo de mirar a papá, la persona que me había dicho toda mi vida que Santa Claus era un ser real. Quería creer lo mismo que había creído el año anterior, que Santa Claus era un duende gordo y grandote con un traje rojo. No quería tragar la píldora de la maduración y ver las cosas de otro modo.

– Patty, mírame.

Papá esperaba. Volví la cabeza y lo miré.

Él también tenía lágrimas en los ojos, lágrimas de alegría. Su cara brillaba con la luz de miles de galaxias y vi en sus ojos los ojos de Santa Claus. El Santa Claus verdadero. El que todas las Navidades, desde el momento en que yo había llegado a esta Tierra, pasaba un tiempo eligiendo las cosas especiales que yo quería.

El Santa Claus que comía mis bizcochos decorados con esmero y bebía la leche caliente. El Santa Claus que probablemente se comía la zanahoria que yo dejaba para Rudolf. El Santa Claus que – pese a su falta total de destreza mecánica – armaba bicicletas, trenes y otras chucherías durante las mañanas de Navidad.

Entendí. Entendí la alegría, la entrega, el amor. Papá me abrazó con calidez y me tuvo así un momento que me pareció larguísimo. Los dos lloramos.

– Ahora perteneces a un grupo de gente muy especial – continuó papá -. De aquí en más, compartirás la alegría de la Navidad todos los días del año, no sólo un día especial. Por ahora, Santa Claus vive en tu corazón como vive en el mío. Es responsabilidad tuya que este espíritu de entrega se desarrolle plenamente como parte de esta vida de Santa Claus dentro de ti. Es una de las cosas más importantes que pueden ocurrirte en toda tu vida, porque ahora sabes que Santa Claus no puede existir sin que personas como tú y yo lo mantengamos vivo. ¿Crees que puedes hacerlo?…

Tenía el corazón henchido de orgullo y estoy segura de que los ojos me brillaban de excitación.

– Por supuesto, papá. Quiero que él esté en mi corazón, como está en el tuyo. Te quiero, papá. Eres el mejor Santa Claus que ha habido en el mundo entero.

Cuando me llegue el momento de explicar la realidad de Santa Claus a mis hijos, ruego al espíritu de Navidad que pueda ser tan elocuente y afectuoso como papá el día en que supe que el espíritu de Santa Claus no usa traje rojo. Y espero que ellos sean tan receptivos como yo fui aquel día. Confío plenamente en ellos y creo que así será. ^.^

Autor: Patty Hansen www.palabras7.cl

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